—Hay que andarse con mucho cuidado cuando se entra en el monte porque bien puede la vieja aparecerse y comerte— así me decía mi abuelo cada vez que por traviesa pretendía ir sola al monte cercano.
Tanto le insistí yo para saber de qué vieja me hablaba que al fin me contó una antigua historia que ahora voy a contarles para que ustedes también se anden con cuidado.
Hace ya mucho tiempo, vivían por acá, cerca de donde vivo, una familia muy trabajadora que tenía dos niños pequeños que a pesar de su edad ayudaban en todo lo que podían.
Un día viendo a sus padres con mucha tarea, decidieron ir solos a buscar leña. Reían y cantaban mientras juntaban troncos y ramas para el hogar, cuando de repente vislumbraron a lo lejos un cúmulo blanco. Creyendo que se trataba de leña que alguien había juntado y dejado abandonada se acercaron corriendo. Desilusionados al comprobar que se trataba de un montón de huesos de caballos, siguieron arrastrando su carretilla buscando más leña cuando nuevamente, algo más lejos, vieron otro gran bulto que creyeron de leña, pero no, eran unas rocas cubiertas de varillas frágiles e inútiles. Siguieron juntando algo de leña cuando de pronto descubrieron que se hacía de noche. Miraron y miraron sin encontrar el camino de regreso. ¡Persiguiendo los bultos se habían perdido!
Hambrientos, asustados y muertos de frio avanzaron hasta divisar una luz un poco más lejos. Se acercaron dispuestos a pedir ayuda.
Una viejita les abrió la puerta y les preguntó amablemente qué les sucedía. Le contaron todo y ella compasiva les invitó a entrar y calentarse junto al fuego, para luego ofrecerles un plato con papas y carne asada. Los niños comieron sin darse cuenta que en realidad eran piedras y pulpa de sapo.
Luego de comer la vieja le dijo al niño que se recostara junto al fuego y a la niña la invitó a su jergón.
Al cantar del gallo despertó el niño y buscó a su hermana sin hallarla. La vieja le dijo que había ido al pozo a buscar agua y al mismo tiempo le tendió una calabaza para que él también le trajese agua.
Salió el niño y fue al pozo, pero al llegar en vez de a su hermana encontró un sapo que saltando para alejarse con prisa le dijo:
—No es esa una calabaza, es la calavera de tu hermana…croac croac. La vieja se la comió durante la noche. Croac, croac, croac. ¡La vieja es vieja diabla y ahora te comerá! Croac Croac…
El sapo desapareció y el niño aterrado corrió tras él, y corriendo corriendo llegó a su casa, donde sus padres desesperados sollozaban pues ya no sabían dónde buscarlos.
El niño les contó todo y juntos regresaron a buscar a la niña, pero… ni vieja, ni cueva, ni hermana pudieron encontrar.
La vieja sigue oculta en los montes esperando otros niños descuidados para comérselos.
Y así termina el cuento que me contaron y ahora les cuento yo.
Recopilación y Adaptación: Ana Cuevas Unamuno
Imagen tomada de: CamilaSegura