Cuento de campo
Echado estaba el hombre retorciéndose de dolor, cuando dio a pasar a su lado el viejo yuyero don Anastasio Cuenca, bien conocido en el pago por sus muchos conocimientos y habilidades para sanar con igual facilidad personas o animales.
—¿Qué le anda pasando amigo?
—Viera que ando a puro retorcimiento y no le hayo alivio— se quejó el hombre.
—¿Y no ha visto usté al doctor?
—Le he visto sí y me hay dicho que es el hígado y que ya no tome aguardiente sino solo agüita y una medicación que me ha dao, pero fíjese que la he tomao y me sigue la molestia y no se me han ido las manchas, vea.
—Bueno pues, si le parece tómese té de boldo. Viera que el boldo es un árbol y el té se hace con las hojas. Si no tiene pues pídale a sus vecinos o parientes, sino cómprelo en la botica que ya le venden en bolsitas.
—¿Y eso me ha de curar?
—Así es sabido y así lo he visto.
—¿Y cómo le ha sabido usté?
—A mí me lo ha contao uno que supo saber. Me he dicho que la facultad curativa de las inflamaciones del hígado se supo por una casualidad. Era un hombre que tenía tamaño rebaño de cabras, todas gordas y sanitas y de un día pa el otro que se le empezaron a enfermar y morir. No atinaba el hombre remedio para darles, ni tampoco el sanador de bestias. En cuanto una se le moría ahí no más la destripaban y encontraban un empaste de alguna planta que les causaba el mal. Desesperado el hombre abrió un día la tranquera del gran corral de piedra y las dejó ir a su gusto. Ahí no más corrieron las cabras hasta un árbol de boldo y masticaron a su antojo las hojas tiernas, y sanitas anduvieron pronto. Así pues las cabritas enseñaron la medicina del hígado.
—Así lo haré entonces compadre, gracias por la conseja.
—Hágalo nomás pero eso sí, haga como las cabras no se deje entrar por ninguna bebida que tenga alcohol, desde ahorita hágale la cruz a la chupeta y santo remedio a sus males.
Recopilación y Adaptación: Ana Cuevas Unamuno
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