A los pies de la Cordillera de Los Andes, en la provincia de San Juan se localiza la pequeña localidad de Pismanta. Esta población rural de menos de 200 habitantes se encuentra inmersa en la incomparable belleza paisajística de la provincia, donde se mezclan la aridez del desierto, enormes espejos de agua y un cielo celeste y limpio todo el año.
Termas de Pismanta
Aunque pequeña y casi perdida en el mapa, Pismanta es reconocida a nivel internacional por poseer uno de los mayores complejos de aguas termales de todo el país.
Las aguas termales del Centro Termal Pismanta son galardonadas como las mejores del mundo por sus propiedades rejuvenecedoras y curativas. Las vertientes brotan a una temperatura de 45° y descienden por las laderas de la montaña.
El complejo termal cuenta con piletas individuales y una gran pileta de uso común donde los visitantes podrán disfrutar de todo un día en contacto directo con la naturaleza, bajo el cálido sol sanjuanino mientras se benefician con las virtudes de las termas.
Las termas de Pismanta están altamente recomendadas para quienes padezcan de problemas de termo regulación del organismo, afecciones dérmicas o reumatismo.
Por su cercanía geográfica con el Camino del Inca, se presume que esta antigua civilización ya conocía y aprovechaban estas vertientes termales.
La Leyenda de Pismanta
El Municipio de Iglesia se encontraba habitado por el pueblo originario Huarpe, en la época de la llegada de los españoles a América del Sur.
Por aquel entonces, el Cacique Pismanta era el gobernador del norte del territorio y era un líder respetado y querido por su gente por su personalidad amable y pacifista.
Sin embargo, cuando los Dioses le anticiparon la caída de su pueblo en manos de los españoles, el Cacique Pismanta reunió a sus mejores guerreros y dio una dura batalla contra los conquistadores. Su tropa fue abatida y la invasión a su pueblo era inminente, sobre todo con la traición del cacique del Sur, quién se unió a los españoles.
Pismanta se negaba a dejarse doblegar y humillar por los conquistadores y mucho menos a ser obligado a entregar su gobierno, por lo que se retiro junto a su familia a un sitio llamado Angualasto donde se ocultó en una cueva, a esperar la muerte.
Esa noche se pudo escuchar un gran estruendo y la tierra tembló. Una grieta se abrió en la roca que cerraba la cueva y de ella comenzó a fluir un hilo de agua caliente. La leyenda cuenta que esa vertiente no es más que las lágrimas del Cacique Pismanta que brotan cálidas desde el corazón de la Pachamama, como recordatorio constante del Cacique que dio su vida antes de traicionar sus ideales.