Taamta y el Metal Sagrado

 

Leyenda Tehuelche

 

Allá en tierras de la Patagonia, cuentan que en los tiempos antiguos, cuando no se conocían caballos ni invasores barbudos, en un profundo cráter volcánico, en la meseta del Lago Buenos Aires[1],  vivía una mujer con poderes mágicos, que ninguna otra podría igualar. Su nombre era Taamta. Nunca se supo su origen, ni el nombre del padre de su hijo. Quizás fuese hija de algún dios, quizás no. Quizás fue la madre tierra quien le otorgó sus dones, o fue ella quien supo extraerlos de su propio espíritu. Lo único cierto es que existía.

Taamta poseía poder sobre los animales y las plantas con quienes convivía pacíficamente y a los que amaba tanto como a su único hijo. A todos dispensaba sus cuidados y no había secreto de la naturaleza que no conociera.

Un mal día el zorro, de quién todos conocemos su naturaleza tramposa y provocadora, siempre dispuesto a jugar y a hacer picardías, asustó de tal modo a los pacíficos animales que estos huyeron en gran desorden, desbandándose en todas direcciones. Al oír el desacostumbrado ruido, Taamta abandonó sus tareas y salió para ver qué ocurría. Ignorante de la causa comenzó a correr a pie, intentando rodearlos y reunirlos en majadas, para poder luego arrearlos de regreso al cráter, donde desde siempre habían habitado.

Pronto comprobó que su velocidad era insuficiente, pues tanto era el miedo que los animales huían desordenados y raudos. Utilizó entonces sus poderes mágicos transformándose en un animal hasta entonces desconocido: una guanaca blanca muy veloz, confiando en que los animales se sorprendieran por su color y regresaran.

Al ver la desesperación de su madre, el pequeño niño corrió largo rato para ayudarla, pero los animales se distanciaban más y más y ni ella ni él lograban rodearlos. Agotado, se detuvo un instante en un faldeo descubriendo a su madre galopando raudamente hacia el horizonte. Sin siquiera pensarlo de su boca salió el conjuro mágico: nau orrenke zorke, que significa: guanaco blanco ligero; al instante se produjo la trasformación y el pequeño convertido en un chulengo[2] blanco continuó corriendo tras su madre y los animales por los campos, cruzando mesetas, valles y cerros, intentando ayudar. Más cuando el pavor cunde y los animales huyen enloquecidos en  estampida,  no responden más que a su propio instinto que los impulsa a huir sin dirección ni sentido. Agotado por el esfuerzo, el chulengo blanco avistó una laguna y hacia allí se encaminó para calmar la sed que lo abrumaba. Tanta era su sed y su fatiga que olvidó que las orillas de la laguna eran pantanosas y así resultó que mientras bebía se fue hundiendo sin poder salir a tiempo y murió ahogado.

Un dolor lacerante golpeó el corazón de Taamta que detuvo su carrera y siguiendo el llamado interior corrió hacia donde su pequeño acaba de ahogarse. Desgarrada de pena retornó a su  forma humana llorando desconsoladamente su cruel pérdida, olvidando por completo a los animales, que libres de su persecución comenzaron a dispersarse libremente, hasta poblar para siempre la Patagonia en toda su extensión.

La mujer, sola y desesperada, deambulaba por los campos sin ver nada pues el llanto y la tristeza nublaban sus sentidos, mientras el tiempo transcurría.  Transida de dolor, incapaz de aceptar la pérdida, decidió morir, y con esta determinación todo lo intento, fracasando una y otra vez pues su poder era el de la trasformación, no el de la vida ni el de la muerte.

Los días siguieron sucediéndose uno tras otro mientras ella caminaba sin rumbo ni destino, olvidando comer y beber… Cierto día, al reparo de un matorral de calafates, supo lo que debía hacer. Convocó entonces a sus poderes mágicos  para transformarse en  un trozo de metal duro, frío, insensible, mientras entonaba el gayau[3]

¡iámego táan póguening gue a! —, lo que traducido significa: hierro pesado de mi raza, de mi sangre…

Dicen que entonces un gran estruendo se escuchó en toda la Patagonia mientras furiosas chispas de fuego se elevaban hacia el cielo. Era Taamta que abandonaba el sufrimiento, los deseos y las necesidades recuperando la paz en su corazón, al  transformase en un metal hasta entonces desconocido.

Desde ese momento andan sueltos los animales por la tierra y en honor a esta mujer mágica, los chonkes cada año realizaban una prueba de fuerza con este venerado metal[4]. Esta prueba consistía en alzarlo y llevarlo al hombro, hasta donde fuera posible, tarea no muy viable, dado su peso, superior a los cien kilos, quién más lejos lo llevase, más años viviría.

[1] El lago Buenos Aires/General Carrera es un gran lago de América del Sur, localizado en la Patagonia y compartido por Argentina y Chile. A cada lado de la frontera tiene nombres diferentes: en Argentina es conocido como lago Buenos Aires, mientras que en Chile se le denomina lago General Carrera. Su nombre original en idioma tehuelche era Chelenko, que quiere decir «lago de las tempestades».

[2] Chulengo: es la cría de Guanaco

[3] Gayau : Canto familiar tradicional que se viene repitiendo de generación en generación, desde épocas inmemoriales, cuya letra llegó hasta nuestros tiempos.

[4] Los Chonkes (Tehuelches o Aónikenk) consideraban a este trozo de metal como algo muy especial y sobrenatural al que veneraban. Sobre su razón de ser se tejieron muchas historias que afloran a los labios de los más ancianos, con un dejo de misterio. Cuando fue conocido por el hombre blanco, este descubrió que se trataba de  un meteorito y lo trasladó a Buenos Aires, desconociéndose su actual destino.

Adaptación del texto: Ana Cuevas Unamuno

Imagen tomada de: Wikifaunia

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