Los Rayos del sol y el Color de la Luna.

Los Rayos del sol y el Color de la Luna.

LEYENDA WICHÍ

En el tiempo de antes, cuentan los wichis, el Sol era tan redondo y dorado como la Luna. Un día quiso cambiar y pensando, pensando, decidió que muy lindas quedarían en su redondez las delicadas flechas que día a día veía cruzar el aire. Como no era cazador ni sabía fabricar flechas, necesitaba usar las de los guerreros que andaban por los caminos de la tierra, con este fin un día bajó del cielo se sumergió en un río al que las mujeres de la tribu acudían cada día a buscar agua y se convirtió en un inmenso Dorado.

Cuando llegaron las mujeres y lo vieron se apresuraron a recoger agua y corrieron para avisar a los hombres del magnífico hallazgo. Al escucharlas todos los cazadores tomaron sus arcos y sus flechas y fueron al río.

Efectiva ente allí muy tranquilo nadaba el gigantesco pez.

Sin titubear cada guerrero arrojó sus flechas. Apenas sentir una flecha en su cuerpo el Sol se movía un poco. Y así una y otra vez los guerreros disparaban sus flechas y en cuento alguna alcanzaba al Sol este se movía a un lado o a otro hasta que supo que de seguir le resultaría difícil volver al su lugar. Se sumergió entonces en lo más profundo y apenas percibió que ya no caían fechas sin dudar más recuperó su forma original y de un salto pasó del agua al cielo ante la mirada estupefacta de la tribu.

Desde ese día el Sol orgulloso ya no es redondo como una bola, sino que amanece cada día con su corona de flechas apuntando en todas direcciones.

La Luna que vivía cerca de la casa del Sol, lo vio un atardecer de esos en que sus caminos casi se juntan. Envidiosa de tanta hermosura nunca antes vista quiso embellecerse ella y con ese deseo le pregunto al Sol cómo había conseguido tan bonita corona de flechas.

El Sol que era buen amigo le contó lo que había hecho aconsejándole que si pensaba imitarle no olvidara moverse cada vez que una flecha tocara su cuerpo para saber cuándo el peso era suficiente como para permitirle ir a lo profundo para poder luego saltar al cielo.

Contentísima la Luna imitó al Sol esa misma madrugada. Bajó del cielo, fue hasta el río y se convirtió en un gigantesco Dorado. Espero hasta que llegaron las mujeres que al igual que antes se apresuraron a juntar el agua y correr a avisar que el Dorado estaba de regreso.

¡Ay! ¡Qué desgracia! La Luna olvidó el consejo y cuando quiso escapar era tanto el peso de las flechas que no pudo. Los cazadores la atraparon y la llevaron contentos pensando la rica cena que tendrían todos ese día.

El tiempo pasó y al ver que su amiga no regresaba el Sol comenzó a preocuparse. Esa misma noche mirando la negrura sin luz decidió bajar a la tierra para buscarla. Esta vez se convirtió en un inmenso perro negro para poder confundirse con la oscuridad y para olfatear el rastro. Siguiendo el olor y las huellas en la tierra llegó a la aldea donde satisfechos con la cena todos cantaban y reían dejando los huesos pelados aquí y allí. El Sol sin hacer ni un ruido jutno uno a uno los huesos y cuando los tuvo todos los llevó de regreso al cielo, donde hasta hoy su amiga Luna del color de los huesos pelados sólo se muestra en la noche cuando ya nadie anda tirando flechas.

Adaptación: Ana Cuevas Unamuno

Imagen: recreación de Ana Cuevas Unamuno

Deja un comentario