Si en algún momento hemos pasado una temporada de visitas o vacaciones en el norte argentino, más precisamente en las provincias de Salta o Jujuy, es muy probable que hayamos escuchado hablar del Ucumar, o de la Ucumara, según la versión de la leyenda con la que nos hayamos topado.
Y es que en todo el mundo los pueblos tienen explicaciones, premios y castigos para todas las cosas. Así esta leyenda tiene varias justificaciones, pero la más popular es la que dice que la Ucumara o el Ucumar está a cargo de ajusticiar a todos aquellos que ofenden el pudor de una persona, léase, se encarga de castigar a los violadores.
Otras versiones están más emparentadas con el aspecto de este personaje y dicen que se trataría de una especie de oso mitológico que habitó en América del Sur mucho antes de la llegada de los españoles, incluso mucho antes de que este lado del globo estuviese habitado por seres humanos, o al menos por los seres humanos que conformaron las tribus originarias que conocemos.
Existen versiones que hablan de un hombre peludo que habita en las cuevas del monte.
La voz
Del término UCUMAR se dice que es un vocablo que comparten las lenguas quichua y aimara. En ambos registros significa OSO. Esto apoyaría la versión de la existencia del animal milenario ya extinto.
Otros estudiosos dicen que el vocablo es una voz quichua que también puede conocerse como UKUMAN y que quiere decir “cuerpo o parte material de un ser animado”, un cuerpo que no sería portador de un alma, sólo de movimientos e instinto, pero sin capacidad anímica.
El Ucumar es un hombre
Cuentan los que dicen haberlo visto que el Ucumar es un hombre de baja estatura que posee una barriga prominente. Su cuerpo está cubierto totalmente por pelo largo y posee un par de manos y un par de pies de dimensiones extraordinarias. Se le atribuye también a este ser una gran fuerza y la capacidad de ensordecer a cualquiera con el volumen de sus gruñidos. Habitaría en una zona del monte donde abundan las cuevas, se cree que vive en cualquiera de ellas, que va cambiando de cueva cada noche.
El Ucumar es un oso
En algún momento del siglo XX en la provincia de Salta se organizó una expedición para ubicar al ucumari que serían los únicos osos que habitaron en América del Sur hace miles de años. Parecidos a los osos europeos o norteamericanos, este ejemplar del sur tenía características que lo diferenciaban y lo hacían único: de color marrón, poseía una especie de antifaz y un collar de pelo blanco. Nunca dieron con ningún indicio de él, no obstante eso no fue causa para que se desestimara su existencia.
El Ucumar es una mujer: La Ucumara y el Ucumar
Cuenta la leyenda que en una aldea al pie de la Cordillera de los Andes un día una india dio a luz a una criatura espantosa. El pequeño ser estaba totalmente cubierto de pelos, pelos largos que llegaban a ser hasta más largos que su cuerpo.
El padre del engendro se horrorizó al verlo y quiso ahogarlo, pero la madre se aferró al fruto de su vientre y no dejó nunca que nada malo le pasara. Lo cuidó y jamás lo abandonó, su monstruosidad hacía que profesara hacia él un amor especial, viciado por la culpa que le daba haberle dado a un descendiente suyo una existencia tan horrorosa. Pero a pesar de todo fue su hijo preferido, incluso por encima de sus otros cinco hijos más grandes.
La dedicación al cuidado del pequeño monstruo consumió a la mujer que a los pocos años enfermó. La pena y el celo que sentía la habían ido aislando del resto de la familia. Cuando sus hijos más grandes fueron a ver por qué su madre llevaba dos días sin salir del cuarto en donde se encerraba con la criatura más pequeña, la encontraron muerta.
Cuando lo separaron de su madre, el engendró aulló y dio alaridos ensordecedores. Cuando el resto de la familia volvió de dar sepultura al cuerpo de la madre, encontraron la bestia acurrucada en un rincón del gran cuarto. De a poco los fue echando, a piedrazos y con sus alaridos, logró quedarse sola. Si bien sus genitales no definían su género, porque con el pelo que al cubría no se podían ver, cada luna la sangre le corría por las piernas, y desde su primer evento fue la Ucumara.
Creció, se hizo grande y hosca. Se quedó viviendo sola en la choza familiar, no toleraba el contacto con otros seres humanos. Pero había un hombre, un vecino de su aldea que solía acercarse a su choza. Ella cada vez que lo veía entrar en el cuarto comenzaba a saltar ya dar fuertes alaridos. El hombre no se asustaba, sin embargo, tampoco se acercaba demasiado, sólo se quedaba contra la pared cerca de la puerta por unos minutos y se iba. Las visitas del hombre eran cada vez más frecuentes y prolongadas. Un día le llevó un pedazo de carne y unas frutas. La Ucumara saltaba y gritaba, él ya no le tenía miedo, se acercó lo más que pudo y dejó las ofrendas, se alejó y miró cómo ella comía desaforadamente. El hombre siguió trayéndole comida. Con el paso del tiempo la pobre monstrua ya no daba sus terribles alaridos, ni saltaba violentamente cuando veía llegar a quien ella comenzó a considerar un amigo.
Llegó el día del año en el que se celebra la ceremonia de adoración al río y toda la aldea se marchó para celebrarla junto a un río lejano. El hombre salió con el resto de la tribu, pero cuando nadie se dio cuenta, volvió escondiéndose del resto. Llegó a la aldea y fue directo a la choza donde la Ucumar se encontraba, la encontró serena y se le tiró encima, luego de una feroz lucha la poseyó violentamente.
La pobre bestia se levantó en furia y su hosquedad se hizo total. El odio se apoderó de ella y tiró piedras a cualquiera que se acercara a la choza. Cuando las piedras se acabaron se fue. Huyó al monte.
Volvió una tarde de tormenta y raptó a su violador. Se lo llevó a la cueva en la que estaba viviendo. Lo arrastró, lo golpeó, y lo mantuvo a su lado. Ella encinta y su vientre crecía día a día. Cuando el trabajo de parto comenzó y los dolores empezaron a sofocar a la Ucumara, el hombre intentó escapar. Ella se incorporó en medio del dolor y lo alcanzó. La ira la invadió y le arrancó la cabeza. Mientras paría se lo comió.
El retoño resultó otra Ucumara, pero esta vez varón, un Ucumar. Ella lo cuidó, lo amamantó y le enseñó a comer carne roja. No fue hasta que se aseguró que su hijo iba a poder valerse solo que se abandonó a su dolor y murió.
La leyenda se desdobla aquí también y hay dos versiones. Una dice que cuando la Ucumara muere, el llanto del Ucumar fue tan fuerte que Wiracocha lo escuchó y para consolarlo le dio inmortalidad. La otra versión dice que Wiracocha se enteró de todos sus crímenes y le dio inmortalidad para que pene eternamente por ellos, vagando en la selva y en el cerro y así devorar a los que violen la integridad física de las mujeres.