De hecho, durante su presidencia tuvo la oportunidad de crear las primeras trece escuelas normales en todo el país.
Como así también traer 61 maestras primarias provenientes de Estados Unidos para que enseñaran en las mismas, subvencionó la escuela primaria para sordomudos debido a que era privada.
Por todo esto y muchas obras más que Sarmiento realizó durante su vida, el archivo General de la Nación Argentina conserva y brinda acceso a la correspondencia entre Domingo F. Sarmiento y la pedagoga norteamericana Mary Mann.
Precisamente tiene que ver con un epistolario que se encuentra en una colección de la Biblioteca Nacional, son 160 cartas enviadas entre Sarmiento y Mary Mann entre los años 1865 y 1884.
Lógicamente nos encontramos con un intercambio de ideas, pensamientos y sentimientos entre ambas figuras. Una de las más significativas, es cuando Sarmiento le comparte un sentir muy profundo ante la muerte de su hijo, Domingo Fidel (conocido como «Dominguito»).
Lamentable suceso ocurrido durante la Guerra del Paraguay, a continuación observemos el dolor transmitido en esta carta:
Luego de una breve introducción saludando a su amiga, Sarmiento le dice de modo directo que su hijo Domingo murió en la guerra de un balazo en un pie.
Como consecuencia fallece desangrado sin la posibilidad de recibir auxilio médico, también se compromete a enviarle los diarios de Buenos Aires con los discursos pronunciados en su tumba.
Le añade como el duelo se instaló en la ciudad, por que su hijo era el ídolo de todos. También una esperanza prometedora para la patria.
Para Domingo Sarmiento su hijo era todo y un verdadero ejemplo de lo que la educación puede lograr, como él mismo lo expresó textualmente.
Además recuerda con nostalgia como su hijo Domingo a los 20 años ya era el primero en todo, en el conocimiento, el patriotismo y la popularidad.
A los quince años, se había convertido en un hombre admitido en la sociedad y distinguido por las damas.
Se reconoce a si mismo, como el responsable de haberlo dirigido a dar sus primeros pasos en la educación, enseñándole a leer desde muy pequeño.
Con cariño Sarmiento recuerda como a sus 3 años y medio, al calor de la chimenea su hijo escribía con su carbón las palabras en un libro en blanco, que aún conservaba.
Confiaba plenamente en la capacidad de su pequeño hijo que ya entendía, reflejando su talento y corazón.
Sarmiento también reflejo en estas lineas el carácter de su hijo Domingo, cuando a sus 11 años de edad le quitó a un ladrón el sombrero de otro niño que se había robado.
Tristemente a sus 21 años de edad, agrega el Maestro como su hijo ha muerto combatiendo como un verdadero héroe.
Con respecto a sus Estudios en la Universidad, también se refirió Sarmiento, contando como su hijo precisamente ese año lo finalizaba.
Expresó su dolor diciendo sobre como la muerte le ha arrebatado como una linda flor que se quiebra sobre su tallo.
Llegando a la conclusión de esta epístola triste y dolorosa escrita a su amiga para compartir su desconsuelo por la pérdida, declaró lo siguiente:
«Tengo que conformarme y ya estoy más que resignado, aunque el recuerdo de sus gracias infantiles, sus juegos conmigo me haga llorar más que la idea de su trágica y sangrienta muerte…
No puedo recordarlo sino alegre y riendo, aunque me hace sufrir más.»
Domingo Faustino Sarmiento, concluye su carta asegurándole a su amiga que estará más tranquilo después de expresarse de esta manera y refiriéndose a si mismo en total desconsuelo.
Texto completo de la carta:
Mi estimada amiga: Por corresponder a su solicitud tomo la pluma. En la guerra ha muerto mi hijo, de un balazo en un pie, por donde se desangró antes de recibir auxilios. Después le mandaré los diarios de Buenos Aires con los discursos pronunciados en su tumba.
Ha sido un día de duelo para toda la ciudad. Era el ídolo de todos. Una esperanza para la Patria. Para mí era todo, y una muestra de lo que puede la educación.
A los veinte años era ya el primero de todos por el saber, el patriotismo, y la popularidad. A los quince era ya hombre admitido en la sociedad mimado por los viejos, seguido por los jóvenes, distinguido por las damas. Había nacido con las dotes del corazón y la inteligencia, y yo lo había dirigido desde los primeros pasos. Enseñele a leer, sin molestia de edad
de tres años y medio, al calor de la chimenea, escribiendo con su carbón las palabras en un libro en blanco que todavía existe. Allí está escrito de esa edad con su mano y carbón la palabra Sarmiento, para mostrarme que ya entendía. Se haría una novela extraña si se contase todos los incidentes de su vida que mostraban el talento, quizá el genio, el corazón,
el carácter. A los once años acometió a un ladrón y le quitó el sombrero de otro niño que se había robado.
A los diez y ocho estaba en correspondencia con Ventura de la Vega poeta español a causa de un juicio crítico sobre su tragedia de la muerte de César, y publicaba la traducción de París en América. A los 21 ha muerto, combatiendo como un héroe. Como es necesario recibir grados
en la Universidad y terminaba sus estudios este año, esperaba eso para traerlo a mí lado. La muerte lo ha arrebatado como una linda flor que se quiebra sobre su tallo.
Tengo que conformarme, y ya estoy más resignado, aunque el recuerdo de sus gracias infantiles, sus juegos conmigo me haga llorar más que
la idea de su trágica y sangrienta muerte. No puedo recordarlo sino alegre y riendo y esto me hace sufrir más.
Estos días estaré más tranquilo. Le agradezco su tierno interés y quedo su desconsolado amigo
[ngg src=»galleries» ids=»1″ display=»basic_imagebrowser»]Fuente: Archivo General de La Nación AR-AGN-BIN01-764-doc. 50