La mandioca: dos versiones sobre su origen

La mandioca: dos versiones sobre su origen

 

Dos leyendas del noreste sobre el origen de la mandioca

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La mandioca es un tubérculo que ha alimentado a los habitantes de América del sur desde tiempo inmemorial. En nuestro país es un alimento típico de las zonas tropicales, por eso, es normal encontrarla en las provincias de Misiones y Corrientes.

Con respecto a su origen, los antiguos habitantes del noreste argentino crearon dos explicaciones legendarias que dan cuenta de cómo es que llegó al mundo este alimento típico tan preciado y característico de esta parte del mundo.

Les dejamos aquí ambas versiones:

Leyenda guaraní: Mandi-ó, la niña fea

Cuando todavía hacía poco tiempo que los hombres habitaban la tierra existía una niña llamada Mandi-ó. La pequeña de manos y dedos largos se avergonzaba de su aspecto, no era linda y los demás niños de la aldea se burlaban y no jugaban con ella. Con el tiempo, Mandi-ó se alejó y salía cada vez menos, deseaba ser aceptada y tener amigos, pero la risa terrible de esos niños abría en su corazón profundas heridas que ella prefería evitar.

La mamá al ver su sufrimiento alentaba a la niña a socializar, “¡Querida hija, algún día, de seguir así, vas a echar raíces!”, le decía, pero la niña seguía paradita en su rincón mirando al resto de los niños divertirse. Era tal el encierro en el que Mandi-ó había caído que ya no iba con su mamá a recolectar frutos. Recordemos que en esa época no era común la agricultura, entonces las personas para no morir de hambre recolectaban frutos del bosque. De esta actividad solían encargarse las mujeres acompañadas por sus hijos más pequeños, mientras que los hombres y los jóvenes se hacían cargo de la caza y de la pesca. La pequeña Mandi-ó avergonzada por su aspecto ya no quería acompañar a su mamá, prefería quedarse en su tekoá, la tienda construida por su padre en la que vivía con toda su familia.

La preocupación por la niña llegó hasta el cielo y un día Tupá, dios Guaraní, tomó cartas en el asunto. Decidido a terminar con el martirio de Mandi-ó se le apareció en sueños y le dijo qué era lo que debía hacer si quería ser apreciada por la gente: debía esperar una gran tormenta y cuando un rato cayera e hiciera un claro en medio de la selva, ella debía ir hasta ese lugar, cavar un poso para meter sus pies, pero no debía olvidarse antes de partir de decirle a sus hermanos que la buscaran cuando el temporal terminara. Entonces eso fue lo que hizo un día no muy lejano.

Nadie volvió a ver a Madi-ó. En su lugar encontraron un arbusto alto y verde cuyas hojas semejaban manos de largos dedos. Se les ocurrió que la niña había sido absorbida por la tierra y cavaron para encontrarla, pero lo que encontraron fueron gruesos tubérculos: la mandioca.

Desde entonces la niña mandioca acompaña a toda su tribu, los guaraníes, en sus viajes al sur asegurándoles el alimento. A su vez se hizo amiga de los tupíes con quienes cruzó el Amazonas y llegó a las Guayanas donde fue rebautizada como yuca.

La niña adulta

La otra leyenda que existe sobre la aparición de la mandioca sobre la tierra cuenta que en un tiempo remoto una joven princesa indígena se presentó ante su padre cacique embarazada. Sorprendido y enojado, el cacique indagó a su hija sobre la identidad del padre de la criatura que crecía en su vientre, pero la joven nunca develó esa información.

Transcurrido el lapso normal del embarazo, la princesa dio a luz a una preciosa niña que se llamó Mani. La bebita era muy perspicaz para su edad, a los pocos meses podía hacer deducciones típicas de la edad adulta. Todos estaban anonadados y encantados con la pequeña. Pero la alegría llegaría a su fin cuando el día de su cumpleaños Mani falleció repentinamente.

Sin encontrar consuelo, los miembros de su familia la enterraron en el jardín junto a la casa de sus abuelos y su tumba fue regada diariamente. Un día, como por arte de magia, sobre la tumba de la pequeña nació una planta que daba un fruto que al ser comido por las aves las embriagaba. Al indagar el cacique el fruto narcótico de la planta encontró que el tubérculo que a ella se prendía tenía la forma del cuerpecito de Mani. Decidieron comerlo y de la misma raíz fermentaron una bebida que fue su vino.

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