En los mágicos Esteros del Iberá, en el que durante años y años los mariscadores han recorrido sus intrincados canales, se encuentra la llamada laguna del Iberá en cuyas aguas flota una hermosa planta llamada Irupé. Dicen aquellos que saben que antes no existía, pues esta planta nació de un amor imposible.
Y así cuenta la leyenda…
En el tiempo en que no existían pueblos, ni rutas, ni barcos, a orillas de la vasta laguna del Iberá, que significa “aguas brillantes”, vivía una joven india cuya belleza era tal que sus padres la llamaron Yasí Ratá, que en guaraní quiere decir “estrella“.
Desde que pudo andar sombre sus pies, noche tras noche Yasí Ratá escapaba a hurtadillas de su choza para mirar extasiada al cielo dejándose acariciar por los plateados rayos de la Luna. Sin darse cuenta se fue enamorando y su amor creció y creció hasta la desesperación.
Yasí Ratá estaba segura que la luna la amaba tanto como ella le amaba y que por eso cada día le ofrendaba la caricia de su luz. Los días en que no podía verla por su ausencia, o porque gruesos nubarrones la ocultaban, la joven lloraba desconsolada hasta que la veía regresar.
Una noche creyó oír la voz de la Luna llamándola y anhelante intentó alcanzarla. Trepó al árbol más alto, ¡fue inútil! Sin siquiera dudar, sin oír el aullido del viento entre los árboles, descalza echó a andar persiguiendo el camino de la luna. Caminó sobre piedras, entre selvática vegetación, por ríos sinuosos, por valles interminables, escaló cerros y montañas hasta alcanzar la cima de la montaña más alta para estirar allí sus brazos anhelantes. ¡Fue inútil!
Destrozada de pena regresó Yasí Ratá con sus pies sangrantes a orillas de la laguna que la había visto nacer. Se sentó sobre la tierra húmeda de rocío y puso sus pies heridos en el agua fresca, fue entonces cuando la vio ¡allí en el centro de la laguna, la luna la observaba con redonda y blanca faz! Sin vacilar se arrojó confiada para unirse al astro nocturno, confundiendo el reflejo con la realidad misma. Yasí Ratá nunca regresó a la superficie, en su lugar al amanecer unas misteriosas plantas, de verdes hojas redondas rodeando una flor blanca y brillante, en cuyo centro palpitaban hilos de sangre roja como la sangre que había brotado de los pies heridos de la jovencita, vestían la laguna.
Los guaraníes llamaron a esta extraña flor Irupé, que significa: “plato que lleva el agua” y supieron que Tupá, su dios, compadecido por el desesperado amor de Yasí Ratá, la había transformado en aquella planta con forma de disco lunar, que cada noche cierra sus pétalos sobre las heridas, para abrirlos nuevamente al aparecer la Luna en el horizonte.
Adaptación: Ana Cuevas Unamuno
Imagen tomada de Flora del Iberá