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El familiar, ocultismo en los ingenios azucareros

¿Has oído hablar sobre el familiar? Cuenta la historia que en los pueblos azucareros del norte argentino los dueños y patrones de los ingenios, para hacerse más ricos, para tener más suerte y abundancia, realizan un contrato con el Familiar, que es el diablo mismo.

Cada año le ofrecen un peón de los que llegan a la cosecha para que se lo coma, siendo de preferencia aquellos que son temporales o golondrinas sin familia.

Leyenda del perro El Familiar

En las grandes fábricas suelen ocurrir accidentes, particularmente en la caldera y el trapiche y, cuando muere un hombre, se dice que el familiar «ya se ha hecho la víctima» (si muere más de uno es porque está hambriento). El año será de mayor provecho para el dueño del ingenio cuantos más peones coma el Familiar.

Esto explicaría el hecho de que en los ingenios más famosos de Jujuy, Salta y Tucumán desaparecieran peones todos los años y nunca se supiera que había sido de ellos.

Índice

    La leyenda o mito de «El Familiar»

    Los dueños tenían en la fábrica un cuarto oculto donde vivía el Familiar. Allí enviaban a la gente a buscar herramientas, pero ninguno de los que entraba volvía a salir, aunque muchos cuentan su propia historia de supervivencia.

    Los hombres que conocen de estas cosas son precavidos; llevan una cruz grande colgada en el pecho, un rosario en el cuerpo y un puñal en la cintura. Si les sale el Familiar para querer comerlos, le hacen frente y pelean. Pueden quedar lastimados, con la cara y las manos arañadas y la ropa rota, pero se salvarán gracias a la cruz y al rosario. Si el hombre no puede pelear con su facón, entonces será devorado. En los casos en que el peón sobrevive, los patrones les pagan fuertes sumas de dinero para que no avise a nadie y se vaya.

    Este ser diabólico aparece como un perro enorme, feroz, siempre al acecho de cualquiera que pase o como viborón negro con ojos de gatos y cerdas en la cabeza. Se recomienda no matar a las víboras negras que se encuentren, porque puede tratarse del Familiar (no son muy largas pero si gruesas, y a veces tienen cabeza de perro, como el Teyúyaguá de Corrientes).

    Aparece también como persona, mulita, cerdo o torito negro astuto. Se lo ha visto cruzar de noche los cañaverales arrastrando una pesada cadena, nada lo detiene y atraviesa paredes o pantanos sin que nadie logre herirlo.

    Los numerosos ingenios de Tucumán, las grandes fincas de Catamarca y San Luis y los viñedos importantes en nuestro país cuentan todos con un Familiar que hace parir a las vacas, reproducirse en abundancia las majadas y acrecentar riquezas.

    Además de comer hombres se alimenta con leche, menudos de vacas carneadas especialmente para él o grandes tachos de locro. Vive encerrado en sótanos donde se lo escucha gemir como un niño, en habitaciones ocultas en las casas o fábricas, corrales de pircas y, en su aspecto de víbora, puede habitar en petacas.

    Cuando el dueño se muere y no pasa el secreto a otro, como ya no atienden al Familiar ni le dan de comer, este se pierde y la fortuna desaparece.

    El mito detrás de las desapariciones

    No hay dudas que todo esto se trata de un mito o relato inventado, apoyado en la cultura donde las leyendas tienen un poder muy fuerte para dar explicaciones a sucesos extraños, pero la realidad, se contrasta con malos tratos a los obreros y desapariciones forzosas sin motivos aparentes es algo «común». 

    No es de extrañar que todo este relato comienza a surgir con la llegada de los inmigrantes europeos quienes ya vivían con historias similares en sus territorios, y padecían el mismo problema. 

    En el noroeste se observa por lo tanto, como la industria azucarera pasa a ser parte de la principal fuente de trabajo, no solo para la provincia de Tucumán sino para todas las regiones lindantes, especialmente con mano de obra golondrina, es decir, obreros que se trasladan por un tiempo al lugar donde se desarrollaba la zafra de la caña de azúcar.

    El análisis del mito del Familiar pone en evidencia las representaciones específicas de los miedos, cuyos actores eran los dueños y trabajadores de la zafra. Esta cultura del terror era propia de la América tropical del siglo XIX nos dice la investigadora Kirsten Mahlke «donde las estructuras de trabajo a jornal impregnadas de violencia siguen reproduciendo las estructuras de dominación de la esclavitud».

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