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El águila y la Víbora

Cuento de animales

Sucedió que una víbora que estaba disconforme con su miserable condición, se pasaba el día reniega que te reniega por su mala suerte, por su cuerpo limitado, por su destino de tierra… y tan llena de rabia estaba que mataba a traición a cuanta criatura se le pusiera a tiro

El día entero se pasaba, cuando no matando, admirando al águila con su vuelo majestuoso que podía elevarse más y más hasta ser tan solo un puntito negro que describía grande círculos en el cielo inmenso y azul.

—Es injusto que ella pueda gozar de un placer que yo no puedo — se lamentaba sin cesar.

Un día encaprichada con cambiar su suerte se decidió a escalar la montaña más alta pretendiendo así alcanzar el cielo. Se arrastró, se arrastró… atravesó torrentes, salvó precipicios, rodeó rocas incandescentes, reptó por las blancas nieves eternas, hasta que extenuada alcanzó el más alto pico. Pero ¡ay! El cielo seguía resultándole inalcanzable.

Sollozaba rabiosa como nunca despotricando contra todo y todos cuando el águila la vio y la escuchó. Fuerte y generosa se acercó a preguntarle qué era lo que quería.

—Quiero ir al cielo volando como tú— repuso la víbora.

Compadecida el águila accedió a llevarla. Buscó cómo cargarla y comprendió que en las garras iría incómoda y en las alas dificultaría el vuelo, finalmente le dijo que se abrazara a su cuello.

Ya sujeta la víbora el águila se elevó sin esfuerzo. Cada vez más alto, más alto… la Víbora miró hacia abajo y un vértigo intenso la invadió, pero luego miró hacia arriba y le fascinó el inmenso cielo azul.

—Más arriba…Más arriba— pedía la víbora y el águila subía y subía.

Muy alta ya miró nuevamente hacia la tierra y sonrió con soberbia, olvidando que era el águila la que volaba y la llevaba, se envaneció de su propia habilidad para volar. Tan envanecida estaba que despreció a su compañera a tal punto que comenzó a enroscarse en el cuello estrangulándola.

—Me ahogas— gimió el águila.

—Lo siento es que estamos tan alto que temo caer— repuso con malicia la víbora.

—Pues suéltame o caeremos las dos. Es peligroso— dijo el águila ya casi sin aliento.

“Ahora que sé volar me río del peligro”, pensó la víbora y apretó más y más hasta estrangular al águila. Justo antes que la pobre águila perdiera sus últimas fuerzas y se precipitara al vacío como un rayo, la víbora contenta gritó:

—Vuelo… vuelo…

Y se estrelló contra la Tierra.

 

Recopilación y Adaptación: Ana Cuevas Unamuno

Imagen tomada de: animales en video

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