Antes de antes el maíz no existía en estas tierras. Abundaba el alimento y las gentes vivían recolectando lo que la naturaleza les brindaba y cazando animales. Más llegó un día una hambruna importante, las plantas no daban suficientes frutos, los animales enflaquecían hasta ser pellejo, las redes que tiraban al río las sacaban vacías y las todos sufrían hambre.
Desesperados acudieron a ver a Ñara, el hechicero, para pedirle consejo. El anciano y sabio hechicero, se alejó prometiendo regresar con alguna solución.
Lejos y solo imploró a Tupá por ayuda para su pueblo. Al tercer día la tribu lo vio regresar pálido y ojeroso.
Ñara les dijo que arrastraran su cuerpo por los campos, pues eso le había ordenado Tupá. Y siendo consejo divino todos obedecieron arrastrando el cuerpo anciano por cuanto hueco, peña, zarza, piedra, planicie había, y así iban quedando sangre y trozos del cuerpo aquí y allá, hasta que nada quedó del hechicero.
Cuando la luna cumplió con sus cuatro rostros y alcanzó a su primaveral plenitud, una planta desconocida surgió de las entrañas mismas de la tierra. Era alta, dorada y cubierta con una barba blanca que parecía la blanca cabellera del hechicero. Supieron así que Tupá había cumplido la promesa de regalarles el alimento que tanto necesitaban, gracias al sacrificio de Ñara.
La llamaron Abatí[1], pues cuentan que la primera planta la vieron surgir justo, justo, en el sitio donde había quedado la nariz del hechicero. Nosotros le decimos Maíz y sigue alimentándonos día a día.
[1] En guaraní: Abá: significa tape o indio, y ti es nariz, por tanto: nariz de indio.
Adaptación: Ana Cuevas Unamuno
Imagen tomada de: Flora Argentina