Ballena Franca Austral

La ballena franca austral (Eubalaena australis), es un visitante muy esperado de las costas de la Península Valdés, en la provincia de Chubut. Todos los años, entre junio y agosto, unas 1.000 ballenas se hacen presentes para comenzar su temporada reproductiva. Es un símbolo de la Patagonia, aunque también se la encuentra en otros lugares, habita entre los paralelos 17 y 64 del hemisferio sur, y ocasionalmente llega hasta la Península Antártica.

Se la reconoce fácilmente por su enorme tamaño, con una longitud de 13 a 17 metros y un peso de 30 a 50 toneladas. Los investigadores les toman fotografías aéreas para identificalas, ya que las callosidades que presentan en la cabeza tienen una forma única en cada individuo, como nuestras huellas digitales. Estas callosidades son colonizadas por crustáceos ciámidos que les dan una coloración blanco crema o anaranjada. Otros datos útiles para su identificación son: su característico resoplido en forma de V, la ausencia de aleta dorsal, los increíbles saltos fuera del agua y que antes de bucear suele sacar la cola fuera del agua.

La técnica de alimentación es mediante la filtración, nadan lentamente con la boca abierta, tanto por la superficie como debajo de ella, de esta forma, grandes volúmenes de agua pasan a través de la inmensa boca junto con los pequeños organismos con los que se alimenta. Luego de un período de filtrado, cierra su boca, quedando el alimento retenido en los filamentos internos de las láminas de las barbas. El alimento así acumulado tiene el aspecto de la pasta o papilla que luego es deglutida.

Su dieta es exclusivamente planctónica y está integrada por diversas especies de crustáceos. Durante el verano se alimenta principalmente de krill, mientras que en invierno busca aguas tranquilas para reproducirse. Tienen una sola cría cada 4 años, la cual permanece con la madre durante un año. Alcanzan la madurez sexual entre los 7 y 15 años. El período de gestación es de aproximadamente un año.

Su natación lenta facilitó que durante muchos años fuera cazada por su carne y grasa. Su aceite era utilizado para la iluminación y fabricación de jabón, mientras que las barbas se usaban para confeccionar corsés y paraguas. Además su lenta tasa reproductiva hizo que las poblaciones disminuyeran drásticamente.

Afortunadamente se tomó consciencia sobre su problemática y comenzaron a brindarle protección, en el año 1984 fue declarada Monumento Natural Nacional. Actualmente se desarrollan múltiples actividades turísticas que ayudan a poner en valor a esta y otras especies acuáticas, sin embargo hay que ser cuidadosos para que no se produzca un impacto negativo por el turismo desmedido.

En la década de los 80, se comenzó a notar una actitud perjudicial por parte de las gaviotas cocineras (Larus dominicanus). Estas son aves oportunistas que han comenzado a alimentarse de la piel y grasa de las ballenas. Por un lado les causan graves lesiones e infecciones, por otro lado, impiden que las madres amamanten tranquilas a sus crías, pasando gran parte del día huyendo de esta amenaza o arqueando su lomo para evitar ser picadas. Este fenómeno está relacionado con el aumento poblacional de las gaviotas cocineras, debido al crecimiento de los basurales a cielo abierto, los cuales les proporcionan exceso de alimento, al igual que el descarte que se arroja al mar, por parte de los barcos pesqueros. Hace un par de años se comenzaron a adoptar distintas medidas, que aparentemente estarían dando buenos resultados.

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