Hay un instante en la Santa Misa que pasa casi desapercibido para muchos, pero que en realidad es uno de los momentos más sagrados que un cristiano puede vivir. Es breve, silencioso, solemne. Cuando el sacerdote eleva la Eucaristía, el cielo toca la tierra y Cristo se ofrece nuevamente por amor a la humanidad.
Sin embargo, para gran parte de los fieles, ese momento se vive de forma automática: miradas distraídas, pensamientos lejanos, corazones ausentes. Según enseñaba el padre Pío de Pietrelcina, ahí se pierde una de las mayores oportunidades de recibir gracias extraordinarias.
Esta reflexión nos invita a despertar espiritualmente y a comprender qué sucede realmente en ese instante… y qué espera Dios de nuestra alma.
La elevación: un nuevo Calvario ante nuestros ojos
Para el padre Pío, la elevación no era un simple rito litúrgico. Era un verdadero Gólgota renovado. Cristo vivo y real se entrega al Padre por nosotros, aquí y ahora.
Decía con firmeza:
“El mundo podría vivir sin el sol, pero no sin la Santa Misa”.
Durante la elevación, el sacrificio de Jesús se hace presente. No simbólicamente, sino de forma real. En ese breve instante, el alma tiene acceso directo al misterio más grande de la fe cristiana.
El gran error: estar presente… pero ausente
Uno de los mayores dolores del padre Pío era ver a los fieles distraídos en el momento de la elevación. Personas que estaban físicamente en la iglesia, pero mental y espiritualmente en otro lugar.
Pensamientos cotidianos, preocupaciones, miradas que vagan… mientras Cristo permanece elevado, esperando una mirada interior, una palabra del corazón, un acto de fe sincero.
Para el padre Pío, esta distracción equivalía a estar al pie de la cruz… y darle la espalda.
Cómo vivía el padre Pío la elevación
Testigos de sus misas relatan que, durante la elevación, el padre Pío entraba frecuentemente en éxtasis. Sus estigmas sangraban con mayor intensidad y su rostro reflejaba una mezcla imposible de describir: dolor profundo y gozo absoluto.
No veía pan consagrado. Veía a Cristo entero, entregándose por cada alma presente. En silencio, parecía dialogar íntimamente con el Señor.
Ese es el nivel de conciencia espiritual que él deseaba transmitir a los fieles.
La oración que el padre Pío recomendaba en la elevación
El padre Pío enseñaba una oración sencilla, pero de una profundidad inmensa, que debía brotar del corazón en ese momento:
“Mi Señor y mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.
Os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman.”
No se trata de repetir palabras mecánicamente, sino de pronunciar cada frase como si fueras la única persona ante Cristo.
El significado profundo de cada palabra
“Mi Señor y mi Dios”
Es una declaración de fe personal. No un concepto abstracto, sino un reconocimiento íntimo: Tú estás aquí, delante de mí.
“Yo creo”
Creer verdaderamente que ya no es pan, sino el Cuerpo vivo de Cristo. El padre Pío decía que si creyéramos de verdad, jamás podríamos estar distraídos.
“Adoro”
Es el acto más elevado del alma humana: reconocer la grandeza de Dios y nuestra pequeñez ante Él.
“Espero”
Expresa la certeza de que Dios cumple sus promesas: salvación, sanación, vida eterna.
“Y os amo”
El amor es la cima de toda oración. Amar sin reservas, entregarse por completo.
“Os pido perdón…”
Aquí el alma se convierte en intercesora. Ofrece su fe para reparar la incredulidad del mundo, su amor para sanar la indiferencia de otros.
¿Se pueden agregar intenciones personales?
Sí. El padre Pío lo permitía y lo recomendaba.
Después de la oración principal, se pueden presentar intenciones concretas:
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Por un hijo alejado de la fe
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Por una enfermedad
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Por dificultades económicas
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Por una relación rota
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Por una tentación específica
Siempre con una actitud de confianza y abandono en la voluntad de Dios.
Los tres movimientos del alma durante la elevación
El padre Pío enseñaba que este momento debía vivirse con tres actitudes interiores muy claras.
1. Adoración profunda
Reconocer que allí está Dios mismo. Fijar la mirada en la Eucaristía, inclinar la cabeza, decir interiormente: “Mi Señor y mi Dios”.
2. Ofrenda total de uno mismo
Entregar la vida entera: virtudes, defectos, alegrías, dolores, pasado, presente y futuro. Sin condiciones.
3. Petición confiada de gracias
Pedir con claridad, humildad y abandono. No solo “ayúdame”, sino peticiones concretas, confiando en que Dios dará lo que sea mejor para el alma.
Las consecuencias de ignorar este momento
Según el padre Pío, vivir la elevación con indiferencia produce un empobrecimiento espiritual profundo:
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Pérdida de gracias
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Enfriamiento de la fe
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Mayor debilidad ante las tentaciones
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Vida espiritual superficial
Pero lo contrario también es cierto.
Cuando la elevación se vive con fe ardiente
El padre Pío relataba numerosos testimonios de conversiones, sanaciones interiores y soluciones inesperadas a problemas imposibles, fruto de oraciones hechas con fe durante la elevación.
Él comparaba ese instante con una ventana que se abre entre el cielo y la tierra. Son pocos segundos. Quien aprovecha ese momento, lanza su corazón directamente a Dios.
Consejos y recomendaciones prácticas
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Llegar a misa unos minutos antes para recogerse interiormente
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Preparar mentalmente las intenciones antes de la consagración
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Evitar mirar alrededor durante la elevación
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Mantener una postura corporal de reverencia
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Rezar con el corazón, no con prisa
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Recordar que no es rutina, es un encuentro real con Cristo
La elevación de la Eucaristía no es un gesto más dentro de la misa. Es el corazón del misterio cristiano. Vivirla con fe, adoración y entrega puede transformar una vida entera.
Como decía el padre Pío, bastaría una sola misa vivida con amor perfecto para cambiarlo todo. Cada elevación es una nueva oportunidad. No la dejes pasar.
