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La leyenda de Bragado

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Leyenda Histórica

Dicen aquellos que recuerdan o que han sabido escuchar y conservar en la memoria, que allá por el mil ochocientos y  tantos, salvo unas pocas poblaciones, la provincia de Buenos Aires era la pura pampa.

Pampa inmensa recorrida por tigres, gamos, pumas, venados, avestruces, toros bravos, perros cimarrones, y caballos salvajes. Pampa solitaria, interminable, misteriosa y sobre todo temida a causa del indio que la habitaba. También pura pampa era lo que hoy se conoce como Bragado.

Para esas fechas año más año menos se organizó una expedición dispuesta a desafiar los peligros y obligar a los indios a retirarse hacia el sur. Exitosa regresó la compañía, cargada con pingües beneficios: cueros curtidos, ganado vivo y potros domados, pero frustrados por un pingo que se les había escapado a pesar de todos sus intentos de apresarlo.

Tiempo después decidieron realizar una segunda expedición pero con un objetivo principal poder atrapar al magnífico ejemplar de Potro Bragado[1] , salvaje y majestuoso que habían descubierto la vez anterior. Esta vez estaban decididos a tener éxito costase lo que costase.

Quedaron en juntarse a orillas del río Salado justo donde un arroyo atraviesa dos lagunas y desemboca en él, para formar un círculo en cuanto avistaran al animal impidiendo de ese modo que pudiese escapar.

Todos y cada uno de los hombres se prometía sí mismo ser quien se apoderarse del salvaje potro, pues todos recordaban como en la ocasión anterior el soberbio animal acosado por los gauchos, cuerpeando lazos y boleadoras enderezó decididamente por el mismo medio del campamento, dejando boquiabiertos y paralizados a los hombres, y escapó relinchando hasta perderse en la lejanía del horizonte.

Varios días esperaron hasta que uno de los gauchos avisó que se lo había visto por la mañana pastando tranquilamente a orillas de la laguna chica. Los hombres armaron sigilosamente el círculo, listos para darle caza en cuanto apareciera.

De repente surgió entre los matorrales el codiciado animal. Fantástico, soberbio, indómito, alzó la testuz y olfateó el peligro mientas el cerco se cerraba a su alrededor. Miró a en todas direcciones, midió el peligro y para contemplarlo mejor trepó la barranca que aún existe en la desembocadura del saladillo en la laguna Grande. Los gauchos fueron cerrando más y más el cerco con absoluta precaución. El sol declinaba sobre la inmensidad pampeana iluminando todo con naranjas y rosados que poco a poco enrojecían como si el cielo mismo se tiñese en sangre.

Cañadas y pajonales parecían arder en llamas para luego dejar que las sombras de la noche les ocultaran. Ya caía el sol, ya el cerco se cerraba cuando de pronto recortado por la luz solar, en lo alto de la barranca apareció la figura arrogante del animal con sus crines flotando al viento y sus ojos fijos en el horizonte lejano.

Ya se alzaban los brazos haciendo girar los lazos, ya se aprestaban las boleadoras para atrapar al indomable cuando soltando un relincho profundo, la magnífica bestia saltó desde lo alto de la barranca a las profundidades del agua, hundiéndose en ella hasta perderse para siempre.

Gruesas lágrimas saltaron de los ojos de los gauchos testigos del gesto valeroso del animal que optó, igual que hacían ellos, por la libertad antes que por una vida prisionero.

Tiempo más tarde en honor al bravo animal se llamó Bragado a la ciudad que en ese mismo sitio se levantó.

[1] Potro de color de la colorada sangre de toro, con una banda o braga blanca en los ijares.

Adaptación: Ana Cuevas Unamuno

Imagen tomada de: El observatorio Obrien

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