La Chaya y el Pujllay

Leyenda Diaguita

Esto que voy a contar sucedió tiempo antes de la llegada de los españoles a las vastas tierras de América del Sur. En ese entonces habitaban en los cerros y los valles del noroeste de lo que luego fue Argentina, unas tribus a las que algunos llamaban Cacanos por la lengua Kakán que hablaban, y a quienes los Incas denominaron diaguitas.

En una de las muchas tribus vivía la bella Chaya, que llegada a doncella se enamoró perdidamente de Pujllay[1], el hijo del cacique.

Pujllay además de ser un joven y apuesto guerrero, era por sobre todo un mujeriego alegre y pícaro, que poca atención prestaba a lo que no fuese de su interés.

Cuando descubrió que la hermosa Chaya le rondaba enamorada, se burló de ella despreciándola. La joven desesperada de tristeza huyó internándose en las montañas para poder llorar su desconsuelo y su vergüenza lejos de todos. Tanto, tanto lloró que el dios del cielo compadecido la convirtió en una nube que desde entonces solo retorna acompañando a Quilla— la luna—, a mediados de cada verano en forma de fina lluvia o de rocío.

Nada de esto se sabía en ese momento en la tribu, más cuando supo Pullay que la joven no aparecía, el arrepentimiento le pesó tanto que decidió ir en su busca. Semanas y meses la buscó en cada rincón de los cerros y los valles, hasta que vencido y arrepentido supo en el tiempo de la luna de medio verano, del regreso de la joven a la tribu. Regresó entonces decidido a pedirle perdón, por ello más terrible fue su desconsuelo cuando comprendió que Chaya ya no era la misma. Derrotado en su afán buscó consuelo en la chicha, bebiendo y bebiendo hasta que borracho le encontró la muerte.

Esta es la historia que cada año se contaba y se cuenta, allá en el Noroeste, cuando a mediados de febrero llega la fiesta de Chaya (o Ch’aya) que significa  “Agua de Rocío” en quichua; fiesta que nosotros llamamos “Carnaval”; en la que se celebra la llegada de la nube y con ella la ansiada agua tan escasa en la zona. En esa fiesta todos, como en su tiempo lo hizo Pujllay, beben hasta hartarse, danzan y se divierten durante tres días para luego enterrar al juerguista hasta el año siguiente.

[1] «El Pujllay es una divinidad impertinente, pícara, alegre y juguetona que viste con harapos y cabalga en un borrico encabezando la fiesta de la Chaya. Es tiempo de Vendimia y de recolección de los frutos. Tiempo de Carnaval en que se golpean los rostros pintados de blanco con ramos de Albahaca, suenan los tambores, danza la alegría, hasta que llegado el final todos marchan en procesión fúnebre para enterrar al Pujllay .

Adaptación: Ana Cuevas Unamuno

Imagen: Meteorología

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