Leyenda del Norte Argentino
Rojas son las aguas del Bermejo
Rojas como la sangre y la furia
Rojas las que habían sido de clara transparencia
y serena pesca.
En el tiempo en que los años se contaban por lunas, y los causes de los ríos están libres de grandes embarcaciones cargadas de extraños, vivían cerca del río Bermejo dos tribus que deslizándose en canoas talladas de un único tronco de timbó o aguaribay, seguían la corriente pescando dorados y pacúes. Por entonces las aguas del río eran claras como las de sus vecinos: los ríos Pilcomayo y Uruguay. Así afirman las tribus que aún recuerdan la causa de tan drástico cambio.
Sucedió en ese tiempo que tobas y matacos, enemigos acérrimos, combatían sin cesar por adueñarse del río, de la abundante pesca que él brindaba, de la libertad para sumergirse en sus aguas frescas en las tardes calurosas, o para sentarse a sus orillas en las noches de luna; que la hermosa y decidida hija del cacique toba fue capturada por guerreros matacos.
Duro fue al comienzo la vida de la joven cautiva, más pronto sus captores se le hicieron menos extraños, al descubrir que no eran tales las diferencias que unos y otros aseguraban tener. Claro que a esto contribuyó el haber conocido al apuesto hijo del cacique con quien comenzó a pasar largas horas caminando tras las huellas del ciervo de los pantanos, conversando bajo la sombra de un urunday, nadando en el río, entre miradas y sonrisas que tejieron el amor.