Lo que vale un güeso bien puesto

 

 

 

 

 

Cuento de campo

Dicen que sobra ingenio en el campo y de eso doy fe. Vaya este cuento campero que me han contado como ejemplo fiel.

La peonada estaba de fiesta, la cosecha había concluido  y el patrón les agradecía con una celebración muy especial pues se sentía henchido de satisfacción al saber que su hija mayor muy pronto se casaría con el doctor. Como es sabido en estas fiestas la comida, la música y la bebida circulan sin cesar modificando los ánimos, impulsando a bravatas y juergas tanto como a los ardores del amor. Así sucedió ese día.

Esa misma mañana el doctor le había enviado al patrón una yunta de hermosos caballos zainos[1], aún potrillos, como agradecimiento por darle la mano de la niña. Todos los peones acudieron a verlos compitiendo entre ellos a ver quién se les animaba. Un tape[2] jovencito, aprendiz de domador y bravucón apostó que él lo haría y sin dar tiempo a nada entró al corral y de un salto montó al zaino más alto, que de un simple corcoveo lo arrojó lejos ante la carcajada de todos los presentes, dejándolo magullado y avergonzado.

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