Leyenda del Cerro Tronador

Leyenda del Cerro Tronador

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Geografía del Cerro Tronador

Imponiendo su presencia a 90 km de la ciudad de Bariloche se encuentra el Cerro Tronador. Se trata de un volcán patagónico al que, geológicamente, se lo considera activo, pero no se tienen registros de su última erupción, por lo que se estima que ésta habría tenido lugar hace más de 15 mil años, lo que indicaría que el volcán se encuentra en proceso de erosión. Así que por más activo que se lo considere, las posibilidades de que entre en actividad son remotas.

El cerro está cubierto por capas de hielo glaciar. Eventualmente se producen desprendimientos de seracs (grandes capas de hielo glaciar) lo que provoca un estruendoso ruido. Esta es la circunstancia que justifica su nombre, el cerro truena.

El principal atractivo turístico del Cerro Tronador es su altura. Mide alrededor de 3493 msnm y es uno de los picos más altos de la cordillera, pasando por más de 1000 m al resto. Estas características lo tornan un desafío para los escaladores que año a año se dan cita en él para trepar por sus laderas.

Vamos a poder encontrar al Tronador en la parte sur de la Cordillera de los Andes en el límite que separa a Argentina de Chile, muy cerca de la ciudad de Bariloche. Además de formar parte de las referencias que separan un país del otro, también se sitúa entre dos parques nacionales: El Nahuel Huapi (ubicado entre las provincias de Río Negro y Neuquén en Argentina) y el Vicente Pérez Rosales (ubicado en la provincia  chilena de Llanquihue). Para llegar a él por la ruta 258, pasando el lago Gutierrez, el cerro Catedral,  y el lago Mascardi, se desvía y se llega al puente del río Manso, luego queda conducir hasta la cascada de los Alerces o hasta el mismo Tronador.

Las crónicas de los misioneros jesuitas cuentan  que en el año 1670 padre Mascardi recoge entre los habitantes originarios de la región la leyenda que hace al Cerro Tronador. Acá les traemos la versión que ha llegado a nuestros días sobre cómo fue que el cerro comenzó a tronar.

Leyenda del Cerro Tronador

Existía en las zonas aledañas al cerro que nos convoca, una tribu que tenía un cacique que se llamaba Linco Nahuel, que en lengua originaria significa ‘tigre del ejército’. Se trataba de un líder cuya valentía le había dado renombre, también se lo había dado el celo que tenía de sus dominios. Linco Nahuel no permitía a nadie acercarse a su tierra y ponía un empeño desmesurado en mantenerla libre de extranjeros.

Para asegurar la vigilancia había mandado a varios guerreros con vista halcón a que se instalasen en las alturas y así poder alertar cuando se acercaran intrusos. Pero cuando las cosas tienen que pasar, pasan y no hay prevención que valga. Un día llegaron por tierra y desde el otro lado del cerro un grupo de guerreros enanos. La tribu de Linco Nahuel, y él mismo, no salían de su asombro, jamás pensaron que sería posible la existencia de vida más allá del cerro y menos esa clase de vida tan poco separada del suelo. La sorpresa no disminuyó el empeño del jefe en defender a su gente y a su territorio, sin embargo, la rudeza y la organización de la tribu enana logró someter a nuestra tribu a fuerza de una lluvia incesante de flechas que cayeron sobre la aldea.

El resultado fue calamitoso, los que no fueron muertos fueron tomados como prisioneros junto al cacique y conducidos todos a la cima del volcán. La soberbia de Linco Nahuel fue desafiada cuando maniatado, los enanos, lo obligaron a contemplar cómo iban arrojando a sus súbditos al cráter del volcán. Los despeñaban uno a uno. El cacique lloraba y no salía de su conmoción, peleaba pero no había forma de zafarse, todo le parecía mentira, creía estar en medio de una pesadilla. No obstante la desolación que sentía en su alma, alguien percibió la desesperación de Linco Nahuel, fue el Pillán, el espíritu que habita en el interior del volcán, dueño del cerro, que estremecido por la atrocidad de lo que estaba ocurriendo y enojado por la violación de su integridad, disparó un rayo de nieve que, envolviendo a todos los guerreros enanos y a los prisioneros locales, los hizo rodar al fondo del valle.

Sólo quedaron en pie al filo del cráter los jefes de ambas tribus, pero no fueron salvados, el Pillán los convirtió en los dos riscos que pueden verse enfrentados en el borde del volcán. Allí estarán eternamente para que puedan escuchar el clamor de los que fueron arrojados dentro y fuera de la boca del dios. Desde la profundidad del cráter y desde la profundidad del valle se oye el bramido de las almas de los súbditos de los reyes. Se oye hasta el día de hoy para que nadie ose en creerse rey ni dueño del lugar en dónde solo el cerro es señor.

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