La warmecita, el Chungará y los Payachatas

Cuento Aymara

Muchas son las leyendas que intentan explicar el origen del lago y los volcanes, de todas esta, a mi parecer, es la más bonita.

Cuentan las voces de la memoria que en un lugar del altiplano, existe un lago llamado Chungará[1] y los cerros Payachatas. Allí vivía en ese tiempo un pueblo tranquilo que se ocupaba del cuidado de sus llamas y se alimentaba de lo mucho que la generosa Pachamama les brindaba.

Pero sucedió que un mal día aparecieron, como surgiendo de la nada, unos hombres extraños, con ropas que brillaban como caparazones de plata, rostros barbudos y gesto feroz, que hablaban con sonidos incompresibles y portaban armas poderosas.

La primera que los vio fue una jovencita que desobedeciendo órdenes andaba correteando con sus animales lejos del poblado. Al verlos una mezcla de estupor y miedo la embargó y sin pensarlo siquiera corrió al poblado para contar lo que había descubierto. Pronto todos supieron de la existencia de los extraños y la vida tranquila se trocó en alerta.

Desde ese momento el cacique mando vigilar a los recién llegados que se asentaron algo alejados de la aldea, y prohibió a su hija alejarse.

La warmecita[2], (mujercita) llena de curiosidad no pudo hacer caso de la orden recibida y día tras día, en cuanto nadie la veía, corría a espiarlos. Le sorprendía el color de su piel, blanca como las nubes, lo poblado de sus barbas, lo brillante de sus ropas y lo misterioso de sus actos.

Un día en que sigilosa se acercaba al campamento de los desconocidos se topó frente a frente con uno de ellos. El miedo la invadió y quiso correr pero algo en la mirada de él la detuvo. Ninguno dijo nada, ninguno se movió, hasta que liberada del hechizo la joven india logró dar la vuelta y correr de regreso a su casa.

Desde ese día, por designio del destino o por deseo de sus jóvenes corazones, cada tarde se encontraban, y entre encuentro y encuentro el amor nació.

Como nada es invisible para siempre, llegó el día en que el cacique sospechó y mandó a uno de sus guerreros a vigilar a su hija. Poco tardó el guerrero en descubrirlos a las orillas del lago Chungará, pues ni uno ni otro sospechaban que estaban siendo vigilados.

Para cuando lo descubrieron, era tarde, los guerreros con el cacique a la cabeza venían a su encuentro. Supo al verlos la niña que su enamorado perdería la vida sin remedio, y decidida le tomó de la mano para que juntos penetrasen en el lago.

Cuando los guerreros llegaron a orillas del lago no los encontraron, ni allí ni en los alrededores. No dejaron parcela sin revisar, ni guijarro sin levantar, antes de darse por vencidos. Hondo fue el dolor del cacique ante la pérdida de su hija amada.  Lloró él y lloró su gente bajo la luz de una luna extraña. Como si la misma luna se lamentara.

Cuando pocos días más tarde la luna comenzó a empequeñecer, los ojos asombrados de la tribu vieron surgir del lago dos montañas, una más grande y la otra más pequeña. Supieron entonces que eran las almas de los enamorados, que como almas gemelas incapaces de separase habían decidido unirse en la muerte. Llamaron por ello a estas montañas: Los Payachatas, que significa “Gemelos” y allí, bien al norte, están hasta el día de hoy.

 

[1] Chungará: significa Hombres Barbudos u hombres de barba.

[2] warmecita, una mujercita o jovencita.

 

Adaptación: Ana Cuevas Unamuno

Imagen tomada de: Turismo Argentino

 

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