«La Mora Nona» – Cuento de La Ramada, por Beatriz Susana Galván

«La Mora Nona» – Cuento de La Ramada, por Beatriz Susana Galván

Esto es ficción, pero con visos de realidad… En La Ramada, poblado del Departamento San Javier de la provincia de Córdoba, cerca del límite con Merlo, San Luis, los vecinos del lugar dicen que la historia de la Mora Nona es verídica…

LA MORA NONA

Por Beatriz Susana Galván

Mujeres Tristes 9

Aún estaba en pie lo que antes era la galería. En el frente dando a la ruta Provincial Nº 1 que lleva a La Paz, se erguían carcomidos por el tiempo y el abandono, mostrando sus esqueletos de barro y paja otras dos construcciones semi tapadas por altos cañaverales, cactáceas y piedras formando extrañas pirámides que iban creciendo en altura cuando se enojaba el arroyo que baja de Piedra Blanca y las creces las arrastraban hacia el lugar. Era en ese entonces el reino de yararás que serpenteaban incólumes en la soledad del lugar. Pocos habitantes del lugar se atrevían a penetrar en esa espesura, más cuando se rumoreaba que por las noches se veían luces intermitentes en su cercanía.

Dicen los nativos que en la entonces confortable casa, habitaba la doñita Elba, mujer muy coqueta y activa que combinaba su profesión de comadrona con la de modista. Solían verla partir en su sulky tirado por un caballo alazán de buena estampa a los bailes de Piedra Blanca Abajo, en la Pista Ritmos Alegres. Siempre solitaria y bien ataviada, despertaba los chismes de las mozas del lugar, que tejían historias ciertas o no de su vida.

Aprovechando la amistad que la unía a doña Pura, nunca estaba sola en las reuniones bailables pues se acomodaba junto al mostrador y despachaba las bebidas a los jóvenes que se apoyaban en el mismo mientras estudiaban a la concurrencia femenina. Esa noche de octubre que había llegado desde Tilisarao el músico Juan Dólar con su conjunto, cuando Ramón volvía de visitar a su novia en los pagos de Cruz de Caña, allá en la cumbre, forzosamente debía pasar por la pista de baile antes de llegar a su casa; no resistiendo a la tentación, entró en el predio silbando una tonadita.

Fue a arrimarse al mostrador a degustar una cerveza cuando los ojos de Elba lo atraparon al instante. Ahí comenzó el romance que llevaría la tragedia a la moza. Baúles de cuero se fueron llenando de camisones realzados con finos bordados y encajes, de “mañanitas” tejidas al crochet, que servirían para atemperar las frescas mañanas cuando el Ramón le alcanzara el mate y ella se aprestara a salir del lecho conyugal. Todo se iba llenando de sueños y ajuares blancos. Ramón, delgado y airoso, luciendo su boina negra la visitaba cotidianamente ya a caballo o en bicicleta alimentando sus sueños.

El verano se estaba yendo lento, llevándose los sueños poco a poco junto a los quemantes soles, ardores de la tierra y las pasiones. Las visitas de Ramón ya comenzaban a espaciarse coincidiendo con los preparativos del casamiento del mozo con la novia oficial de Cruz de Caña, la Mora Nona que crecía en los fondos del predio de La Ramada se retorcía con sus 300 años de antigüedad hasta que en una noche de gran tormenta uno de sus gajos se desplomó convirtiendo a la planta en un despojo alejado de su otrora lozanía. Así también fue trocándose cual la morera la figura de Elba.

Ya sabedora del engaño amoroso del cual había sido víctima, se encerró en la casa y los males la fueron envolviendo tenebrosamente. El gajo caído de la Mora Nona echó raíces en la prieta tierra y se fue formando un nuevo árbol que causó la sorpresa de los visitantes; era algo así como un engendro natural, y al unísono, cada deformación de la planta se mimetizaba en el cuerpo enfermo de la mujer, que esperaba el final que la liberara del sufrimiento..

Esta es la leyenda de la Mora Nona, la cual se puede apreciar en un recodo de La Ramada, mientras sólo queda rezar una oración por la doñita que se dejó morir de amor.

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