La cazadora de mariposas – Cuento popular

La cazadora de mariposas – Cuento popular

Jardín-de-mariposas

Hace mucho tiempo, en la provincia de Buenos Aires, existía una familia que vivía en una casa enorme, tan grande era la casa que parecía un castillo.

A la majestuosidad de la mansión la coronaba un maravilloso jardín habitado por flores y plantas de todas las especies. Había allí margaritas, azucenas, rosas de todos los colores, lirios, calas, geranios,  alelíes, amapolas, jazmines, enamoradas del sol, petunias, gladiolos, hortensias, begonias, crisantemos, claveles, y miles de otras más. Entre ellas se desarrollaba una civilización entera de bichitos de jardín que eran visitados diariamente por miles de mariposas que venían a recoger el néctar de las flores.

Todo transcurría dentro de un clima de amistad y felicidad hasta que el monstruo aparecía y salían corriendo y volando a esconderse para no ver o sufrir el atroz ataque de tan vil alimaña. El monstruo era una niña de pocos años, hija de los dueños de casa, que tenía por costumbre cazar mariposas con una red para luego clavarlas con alfileres a esteras que exhibiría orgullosa ante sus amigas.

Todos los días, cuando el sol brillaba justo sobre las cabezas, Azucena salía con su red a cazar mariposas y todas las tardecitas, cuando el sol iba poniéndose, empezaba su collage.

Una noche mientras cazaba mariposas en un sueño, apareció el Hada del Jardín de entre las flores. Azucena se sobresaltó, pero no llegó a asustarse porque la figura de aquella dulce dama le inspiraba confianza. El hada se le acercó y le dijo: “¿Tienes idea de lo que estás haciendo, Azucena?”, “Cazo mariposas”, dijo la niña. El hada le explicó que las mariposas estaban tan vivas como ella y que morir crucificada por alfileres era muy doloroso, cruel e innecesario. La niña quedó anonadada, pues nunca había tenido conciencia de lo que estaba haciendo.

A la mañana siguiente al despertar se sintió confundida, poco recordaba del sueño y volvió al jardín a su tarea de tortura diaria. A la noche, al caer dormida, en sueños la esperaba un tribunal de bichos. En cuanto se sentó en el banquillo de los acusados escuchó la acusación que pesaba sobre ella: “…los hechos que se le adjudican a la acusada son: tortura de mariposas en repetidas ocasiones, incluso después de ser advertida por el Hada del Jardín, Nuestra Señora… se solicita condena y sentencia firme.”

¡Azucena no daba crédito a sus oídos! Imploró perdón, trató de negar los hechos pero ya era tarde. Un escarabajo viejo, su abogado defensor de oficio, pidió clemencia alegando la falta de conciencia de la niña y su corta edad. El tribunal, más misericordioso que la humana matabichos, le dio una última chance.

Al otro día, cuando apareció en el jardín con su red para cazar, Azucena fue atacada por un enjambre de abejas que volaron directo a su cara. La niña corrió hacia la galería de su casa y sus padres apenas pudieron reconocerla, tenía la cara roja e hinchada por el ataque, la asistieron y llamaron al médico familiar. Azucena nunca más volvió a jugar con su red, y las mariposas jamás tuvieron que volver a privarse del sol de mediodía sobre el reflejo de colores de las flores del jardín.

Adaptación: Romina Fernández Baudo

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